“Todos los acuerdos previos alcanzados mediante la negociación se verán invalidados”, ha señalado un comunicado del Ministerio de Comercio. “China no quiere verse inmersa en una guerra comercial, pero a la luz de los miopes actos de la parte estadounidense… China se ve forzada a adoptar medidas firmes y decididas para contestar”.
Si Estados Unidos ha optado por imponer sus castigos sobre los sectores de las exportaciones que China considera claves, productos tecnológicos que constituyen la base del programa “Made in China 2025” con el que Pekín quiere convertirse en líder mundial de la innovación para ese año, el Gobierno del presidente de Xi Jinping ha ido también por productos clave para la Administración de EE. UU. Los agricultores del Medio Oeste y los trabajadores en la industria del motor representan algunos de los principales grupos de la base del presidente Donald Trump.
Como apunta la consultora Oxford Economics, los nuevos aranceles afectan solo al 10% de los productos chinos que entran en Estados Unidos, pero al 30% de las exportaciones de EE. UU. hacia el gigante asiático. Es probable, según la consultora, que Washington “aumente la apuesta rápidamente con aranceles sobre 150.000 millones de dólares en importaciones de China”, el equivalente al 30% del total que compró a ese país en 2017. La escalada de las tensiones “podría acarrear graves consecuencias en ambas economías”: si se llegara a ese extremo y Pekín devolviera ojo por ojo, el impacto podría rondar el 0,3 ó el 0,4% de su PIB. Un daño que, en EE. UU., se notaría especialmente en el sector agrícola y que en China recaería sobre todo en el tecnológico.