Para la directora de La Fundación ELLIS Alicante (European Laboratory for Learning and Intelligent Systems), Nuria Oliver, la respuesta es clara: “Sí. Existen múltiples metodologías de IA y, específicamente, redes neuronales profundas aplicadas a una gestión eficiente del ciclo integral del agua, con el objetivo de frenar sequías y evitar su desperdicio”, explica.
Mediante técnicas de IA se focalizan esfuerzos para medir el consumo de agua y fomentar un uso más racional, se minimizan fugas que eviten su desperdicio y se adecúan planes de inversión en infraestructuras, además de un control de los embalses con el objetivo de garantizar calidad y suministro a la población, detalla Oliver.
En el campo, la agricultura inteligente aporta un gran valor, sobre todo, en el ahorro y gestión sostenible de los recursos hídricos a la hora de optimizar y evaluar el consumo en los distintos cultivos adaptándolos a un tipo de terreno.
Asimismo, se utilizan sensores inteligentes que favorecen la detección temprana de plagas y sistemas automatizados que riegan, fertilizan y fumigan las tierras de cultivo de acuerdo a sus particularidades y a las previsiones meteorológicas.
Sin embargo, Oliver destaca que el desarrollo y uso de estos grandes modelos inteligentes “genera una huella de carbono enorme, aunque necesitamos de inteligencia artificial para abordar los desafíos del siglo XXI”.
“El entrenamiento de estas redes tan complejas puede llegar a consumir una energía equivalente al gasto energético de países pequeños o emitir dióxido de carbono equivalente a lo que producirían los humanos en décadas”.
Por ello, para abordar esta situación, la experta detalla la existencia de un área activa de investigación conocida como “inteligencia artificial sostenible o verde”.
“No podemos destruir el planeta en el proceso de resolver estos grandes desafíos, incluyendo el reto relacionado con el cambio climático y el modelado del clima, si detrás hay una gran huella de carbono”.
Fuente: efeagro.com