El agricultor Gerard Kath, del norte de Queensland (Australia), sueña con aumentar la popularidad de la papaya al nivel de la del mango o el aguacate. Aunque a muchos australianos no les gusta la fruta por su olor y su regusto desagradables, las nuevas variedades podrían ayudar a que se cumpla el sueño de Kath.
Lecker Farm, en Mareeba, produce unos 2,5 millones de papayas al año, es decir, un 10% de la cosecha de Australia.
Unos fitólogos de la Universidad Griffith, en Brisbane, han obtenido nuevas variedades de papaya que tienen una forma y un color más atractivos, que huelen mejor y saben más dulces.
Esta investigación se asienta en un estudio de consumo anterior que descubrió que los australianos rechazaban las papayas por su enorme tamaño, su olor rancio y su sabor amargo, características de la variedad más común de papaya tradicional, la amarilla o Richter Gold, exclusiva de Australia.
"La industria tiene bastante claro lo que quieren los consumidores; desean una fruta más oscura, más dulce, un poco más pequeña y que no deje ese regusto tan negativo", explica Kath, cuya familia cultiva papayas desde hace 40 años.
Actualmente, se están probando más de 2.000 variedades nuevas y líneas individuales de papayas en su plantación de 50 hectáreas en la meseta Atherton, además de sus 100.000 árboles comerciales que producen entre 40 y 100 piezas de fruta cada uno casi todo el año.
Mediante técnicas de selección natural y cultivo de tejidos en la Universidad Griffith, la obtentora Rebecca Ford pretende convertir a la oveja negra de las frutas tropicales en un manjar regional muy deseado y en una industria de exportación con mucho potencial.
Empezando por las variedades de papaya de ultramar, que, por lo general, son más redondeadas y pequeñas, tienen más color y saben más parecido a los melones o las bananas, la doctora Ford busca cruces naturales que sean productivos y adecuados a las regiones agrícolas tropicales de Australia.