Los agricultores de sa Pobla, uno de los principales núcleos productores de patata en Mallorca, se enfrentan a una crisis sin precedentes debido a la proliferación de nematodos en sus cultivos. La plaga está provocando una drástica reducción en la producción, con tubérculos de menor tamaño y rendimiento, lo que ha hecho que muchos payeses se planteen abandonar sus tierras.
"Antes sacábamos 130 toneladas por zona; ahora, apenas 16", explican con resignación. Aunque la patata afectada crece sana, no alcanza el tamaño comercial necesario, lo que convierte su cultivo en una actividad económicamente inviable. "Esto es la ruina", afirman, señalando que la normativa europea limita el uso de productos fitosanitarios eficaces para combatir esta amenaza.
Los agricultores reclaman al Gobierno y a las autoridades competentes una autorización excepcional para el uso de productos como el dicloropropeno o el metansodio, prohibidos por la legislación europea pero que, según aseguran, han demostrado su efectividad en el control de los nematodos. Aunque se prevé permitir el uso del vapam en ciertas parcelas tras analizar el suelo, los productores insisten en que esta medida será insuficiente. "Sabemos que no bastará, pero nuestra opinión no cuenta para nada", denuncian.
El malestar entre los agricultores va más allá de lo agronómico. Denuncian sentirse abandonados por los sindicatos agrarios, excluidos por la administración y utilizados por marcas comerciales para probar productos sin garantías. "No estamos para hacer experimentos ni adelantar gastos. Jugamos en desventaja", lamentan.
A esto se suma la incertidumbre económica: los payeses entregan su producto sin saber cuánto cobrarán por él hasta meses después. Mientras tanto, deben afrontar los altos costes de producción —luz, agua, gasoil, maquinaria— sin una previsión clara de ingresos. Esta situación, aseguran, no solo amenaza su subsistencia, sino también la reputación de la patata poblera, cuya imagen comercial dista de la realidad que viven en el campo.
La tensión crece de cara a la próxima feria de la patata, una cita que, en lugar de celebrarse como un orgullo local, es vista por muchos como una ironía. "Tendrían que cambiarle el nombre. No es una fiesta, es el fin de la patata", señalan con amargura.
Los agricultores advierten que, si no se actúa con urgencia, el año que viene no sembrarán. Piden medidas concretas, agilidad en los trámites y ayudas por hectárea para quienes decidan mantener los campos como cuidadores del paisaje. "Si no quieren que cultivemos, que al menos nos reconozcan como parte del entorno", reclaman.
Fuente: diariodemallorca.es