La frutilla blanca (Fragaria chiloensis ssp.), también conocida como frutilla chilena, forma parte del patrimonio frutícola del país y tiene una historia milenaria. De acuerdo con estudios históricos, los pueblos mapuche y pehuenche la cultivaban hace más de mil años, bajo el nombre de Kelleñ. Su domesticación se ubica en el sur de Chile, desde donde se expandió por la costa del Pacífico de América.
La frutilla roja (Fragaria × ananassa), hoy la variedad más común en el mundo, tiene su origen en un cruce entre la frutilla blanca chilena y la especie norteamericana Fragaria virginiana. El proceso se inició en el siglo XVIII, cuando el ingeniero francés Amédée-François Frézier llevó ejemplares de frutilla blanca desde Chile a Europa. Allí, el botánico Antoine Nicolas Duchesne resolvió la ausencia de frutos en las plantas femeninas mediante el cruce con F. virginiana, dando origen a la frutilla roja que actualmente domina el mercado.
La frutilla blanca destaca por su dulzor intenso con notas que recuerdan a piña y durazno, su fina piel y un aroma herbáceo. Su color blanco se debe a la ausencia de una proteína que activa el pigmento rojo. Además de su singularidad organoléptica, tiene un valor patrimonial, ya que es considerada una de las "madres" de la frutilla comercial y un fruto con identidad mapuche.
Su cultivo se extiende entre las regiones del Maule y Aysén, florece en primavera y su temporada de cosecha es breve: de mediados de diciembre a fines de enero. Una particularidad es que no madura tras la recolección, por lo que el corte en el momento justo es fundamental.
Actualmente, la producción de frutilla blanca en Chile es reducida y se concentra en pequeñas explotaciones de Maule, Biobío y La Araucanía. La comercialización ha disminuido frente a la frutilla roja, más productiva y demandada, aunque la frutilla blanca mantiene un alto potencial en nichos gourmet gracias a su origen y atributos diferenciados.
Los especialistas recomiendan plantarla en suelos soleados y bien drenados, enriquecidos con compost, idealmente en otoño o primavera, con una distancia de 45 centímetros entre plantas. Se aconseja un riego parejo evitando mojar las hojas, y la poda de estolones para concentrar la energía en la fruta. La cosecha debe hacerse cuando el fruto esté completamente blanco, sin zonas verdes. Con un buen manejo, la planta puede producir desde la temporada siguiente o incluso el mismo verano si se siembra temprano.
La frutilla blanca chilena representa diversidad agrícola y memoria cultural. Rescatarla no solo es un acto de conservación, sino también una apuesta por productos con identidad y valor agregado, capaces de diferenciarse en mercados especializados.
Fuente: reporteagricola.cl