Asegurar que los alimentos frescos se mantienen a la temperatura adecuada durante su transporte, es una cuestión más difícil de lo que parece, pero los suizos están trabajando en ello. Un equipo de investigación ha creado un sensor de temperatura biodegradable que se fija en los alimentos desde el punto de partida hasta la boca al ingerirlos.
El problema, en resumen, es que supone un inconveniente tener que examinar manualmente los alimentos que necesitan permanecer a una cierta temperatura, pero si se pueden monitorear constantemente y sin cables, se ahorra tiempo y energía.
Esto se puede hacer actualmente, en cierto modo, con las etiquetas RFID, pero esas etiquetas usan metales que no son recomendables para el consumo, y pueden incluso ser venenosos. La solución a la que ha llegado Giovanni Salvatore, un investigador de ETH Zurich, es hacer un sensor ultrafino con materiales que un humano pueda digerir con seguridad.
Él y su equipo han publicado su trabajo en la revista Advanced Functional Materials. Han conseguido construir un sensor con sólo 16 micrómetros de espesor (un pelo humano es de 100 micrómetros más o menos). Este filamento está hecho de magnesio, lo que es, según comenta ETH Zurich en su comunicado de prensa, "una parte importante de nuestra dieta”.
También contiene dióxido de silicio y nitruro, que son inofensivos, y un polímero compostable de maíz y almidón de patata, que lo mantienen todo junto. El filamento puede ser doblado, estirado, incluso arrugado y seguirá funcionando.
Los transportistas pondrán algunos de éstos en algunas manzanas seleccionadas al azar, en los plátanos, etc., y los colocarán en el camión o el barco. A continuación, se podrá comprobar la temperatura real de los alimentos desde el exterior del compartimiento refrigerado.